MONEDAS PRERROMANAS.

MONEDAS PRERROMANAS.
Moneda acuñada en época de la guerra de Sertorio (80-72 a.C.) o posterior. La ceca se identifica con la Varea de los berones, localizada en el norte de Varea (Logroño) en el yacimiento prerromano de la Custodia (Viana). En la Varea actual se asentó un enclave militar en época de Augusto, que adoptó el mismo nombre que el núcleo prerromano que tenía cerca.

martes, 28 de noviembre de 2017

Titiritero, titerero o marionetista puede referirse a la persona que construye títeres y a la que los maneja ante un público en representaciones teatrales, cine, televisión y otros espectáculos mixtos.

Titiritero

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Titiritero hindú haciendo bailar a su marioneta en las calles de Hyderabad.
Titiritero, titerero o marionetista puede referirse a la persona que construye títeres y a la que los maneja ante un público en representaciones teatrales, cine, televisión y otros espectáculos mixtos.[1]​ Según la RAE también es sinónimo de volatinero, cuando el artista que hace acrobacias se acompaña de muñecos o ingenios mecánicos. Entre los más famosos titereros humanos, el más reciente quizá sea el estadounidense Jim Henson, y entre los seres de ficción: Maese Pedro en Don Quijote de la Mancha, y el carpintero Geppetto del libro infantil Pinocho.


Oficio y arte[editar]

El titiritero Juan de las Viñas, por Alba y Ortego. Imagen publicada en El Museo Universal en 1860.
El titiritero, como artista y hombre espectáculo, desarrolla tres cualidades esenciales: capacidad para desdoblarse en un muñeco y mimetizarse con el mundo que representa; habilidad para mover el títere que maneja consiguiendo comunicar un relato fantástico; disponer de varios registros de voz y sentido del ritmo para darle vida el muñeco.[2]
Técnicamente, el oficio de titiritero requiere, además de un talento innato y vocación profesional: a) entrenamiento físico; b) conocimiento de las técnicas de actuación; y c) dominio de la manipulación del muñeco. Los principales inconvenientes con los que ha de enfrentarse todo titiritero son: el espacio reducido en el que ha de moverse (muchas veces compartiéndolo con otros compañeros) y la ausencia de visión espacial, pues por lo general está debajo o detrás de los muñecos.[3]
Un títere puede moverse (extremidades, ojos, boca, etc.) sin expresar nada, para que esos recursos o componentes mecánicos comunique algo necesitan la voluntad y el espíritu teatral del manipulador. Entre los titiriteros la ausencia de gracia en los movimientos del muñeco se denomina familiarmente sacudir el títere. En síntesis, el titiritero es un actor especializado que desarrolla un doble trabajo, para el que además de dominar la manipulación del tipo de muñeco al que da vida, requiere una destreza teatral o técnica de actuación.[4]​ Y técnicamente, en muchas ocasiones, la técnica determina parte de las posibilidades dramáticas del actor-titiritero. El director sueco Michael Meschke afirmaba que "el punto de partida y los métodos de trabajo son completamente distintos para el titiritero y el actor... No se es actor por ser titiritero ni se es titiritero por ser actor... Es triste observar que muchos profesionales del teatro de títeres consideren al actor como un huésped que viene de un mundo superior, cosa que algunos actores también creen...".[5]
La directora de teatro y titiritera argentina Mane Bernardo en un estudio espacial de la relación entre el titiritero y su herramienta señaló que el títere puede ser ajeno al titiritero (como la marioneta y el títere de sombra) o formar parte de él, como los títeres de guante y los de varilla. En cuanto a la colocación del manipulador, éste puede operar desde arriba (marioneta), desde abajo, (varilla y guante) o desde un lateral (títeres 'a la planchette' y títeres acuáticos); un caso diferente pero también a mencionar es el del bunraku japonés, cuyos operadores, manipuladores o titiriteros se colocan detrás del muñeco, a la vista del público.[6]

Nombres propios en el siglo XX[editar]

Titiriteros, óleo de John Singer Sargent en 1903.
Relativamente cercanos en el tiempo, los titiriteros del siglo XX cuentan entre sus mayores méritos el hecho de haberle lavado la cara al títere tradicional y haber abierto vías experimentales que son la base de la fisonomía del teatro de títeres moderno. De una lista interminable, pueden extraerse algunos nombres, distribuidos en dos espacios geográficos:

Titiriteros del Viejo Mundo[editar]

Muchos investigadores sitúan en Alemania uno de los más activos focos de renovación del teatro de muñecos. Se mencionan: Paul Brann (discípulo de Max Reinhardt), Ivo Puhonny, el austriaco Richard Teschenr y el checo Josef Skupa. Entre los más coloristas estuvieron los maestros italianos como Vittorio Podrecca. No menos importante fue la escuela rusa, con el matrimonio Efimov, Nikolai Zykov y, por supuesto, Serguei Obratzov. En la órbita francesa sobresalió Albrecht Roser; y no conviene cerrar la breve lista sin citar el trabajo de Michael Meschke, nacido en Polonia pero emigrado a Suecia huyendo del nazismo.

Maestros americanos[editar]

Estados Unidos, México y Argentina han sido poderosas y ricas canteras de titiriteros. Pionero en USA fue Tony Sarg (nacido en Guatemala) y, siguiendo su estela, Bil Baird, Rufus y Margo Rose o Donald Cordry y Remo Bufano (de ascendencia italiana). Del equipo de los Muppets nombrar a Jerry Nelson, Frank Oz, Dave Goelz y Jane Henson.
En México resulta ejemplar la familia Rosete Aranda, la saga de los Cueto, Wilberth Herrera y Roberto Lago. En Argentina, se considera iniciador y maestro a Javier Villafañe, evocado luego por Mané Bernardo, Ariel Bufano, Silvina Reinaudi o Eduardo Di Mauro que continuó su labor en Venezuela, país en el que también sobresalió Fredy Reyna.

Titereros del siglo XXI[editar]

La recuperación de los espacios abiertos como escenario del arte ha devuelto a muchas tradiciones su entorno natural. Así puede decirse de gran parte de los espectáculos de títeres, que han regresado a plazas y calles, invadiendo luego parques, jardines y otros emplazamientos para la fiesta callejera, como festivales al aire libre y ferias.
La fantasía de los nuevos titiriteros se viene desbordando, desde el último cuarto del siglo XX, ante las posibilidades de los nuevos espacios y el concurso de las nuevas tecnologías. Ejemplos de ello, de entre los muchos que pudieran mencionarse, son: la compañía francesa Royal de Luxe, los estadounidenses del Bread and Puppet Theatre o La Gran Reyneta en Chile. En España destaca el colectivo Carros de Foc, y algunas de las puestas en escena de La Fura dels Baus y del grupo de teatro de calle Xarxa Teatre que incluyen elementos del universo titiritero.

Titiriteros literarios[editar]

El universo de los títeres ha tenido un popular reflejo en la literatura universal, al menos desde el siglo XVII al siglo XX. Entre los fabricantes, maestros artesanos del títere, el más famoso es probablemente el abuelo Gepeto, constructor de Pinocho. Y entre los manipuladores, merece un lugar de honor Maese Pedro, el "trujamán" del Quijote cervantino, inmortalizado musicalmente por el compositor gaditano Manuel de Falla.

Los otros titiriteros[editar]

Cuadro de Isidoro Marín Gares (Granada, 1863-1926), titulado Titiriteros en la plaza del Conde, recogiendo una escena de volatineros en el barrio del Albayzin, de Granada.
Ajenos muchas veces al círculo de los títeres, complementarios en otras ocasiones, referencias en libros, obras de fotógrafos y canciones han dado noticia de diversos tipos de volatineros popularmente llamados y conocidos como titiriteros a lo largo de varios siglos.[7]

Véase también[editar]

Referencias[editar]

  1. Volver arriba Titerero en el DRAE
  2. Volver arriba Artiles, Freddy (1998). Títeres: historia, teoría y tradición. Barcelona, Plaza y Janés. p. 110. ISBN 8492260750. 
  3. Volver arriba Freddy Artiles, "Títeres", p. 111
  4. Volver arriba Freddy Artiles, "Títeres", p. 114
  5. Volver arriba Freddy Artiles, "Títeres", p. 116
  6. Volver arriba Freddy Artiles, "Títeres", p. 118
  7. Volver arriba Gómez García, Manuel (1997). Diccionario del teatro. Madrid, Ediciones Akal. p. 834 y 882. ISBN 8446008270. 

Enlaces externos[editar]

La aritmética (del lat. arithmetĭcus, derivado del gr. ἀριθμητικός,1​ a partir de ἀριθμός, «número») es la rama de la matemática cuyo objeto de estudio son los números y las operaciones elementales hechas con ellos: adición, sustracción, multiplicación y división.

Geometría Aritmética / Arithmetic Geometry

Geometría Aritmética / Arithmetic Geometry

Resumen

The main focus of our group is the interaction between number theory and algebraic geometry. Our interests include Arakelov theory, Galois representations and Galois cohomology, local-global problems over algebraic groups, automorphic forms, the Langlands program, Iwasawa theory, integral models of modular and Shimura curves, rational points on modular and Shimura curves.
We are part of the Valparaíso Number Theory group https://teoriadenumerosvalparaiso.wordpress.com/

Nuestro grupo se nutre de la interacción entre la teoría de números y la geometría algebraica. Nuestros intereses cubren la teoría de Arakelov, representaciones y cohomología galoisianas, problemas de tipo local-global en grupos algebraicos, formas automorfas, el programa de Langlands, teoría de Iwasawa, modelos enteros de curvas modulares y de Shimura, puntos racionales en tales curvas.

Formamos parte del Grupo de teoría de números de Valparaíso https://teoriadenumerosvalparaiso.wordpress.com/

lunes, 27 de noviembre de 2017

LÓ CLÁSICO ES LA "CONSTANTE MATEMÁTICA" EN DISEÑO, PARA OBTENER TODO EL DISEÑO SE DEFINE Y SE LE PIDE A LA MAGIA LA "VARIABLE MATEMÁTICA"...:

Variable (matemáticas)

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raíz cuadrada de la variable x.
En matemáticas y en lógica, una variable es un símbolo constituyente de un predicado, fórmula, algoritmo o de una proposición. El término «variable» se utiliza aun fuera del ámbito matemático para designar una cantidad susceptible de tomar distintos valores numéricos dentro de un conjunto de números especificado.[1]
En contraste, una constante es un valor que no cambia (aunque puede no ser conocido, o indeterminado). En este contexto, debe diferenciarse de una constante matemática, que es una magnitud numérica específica, independientemente de la naturaleza del problema dado.


Formalización[editar]

Desarrollo histórico[editar]

La noción de intuitiva de «variable» o «valor indefinido», se confunde con la de «incógnita» o «indeterminada»,[2]​ en un sentido enteramente algebraico; su origen y desarrollo se sitúa en los trabajos de Arithmetica de Diofanto y al-Kitāb al-mukhtaṣar fī ḥisāb al-ŷabr wa-l-muqābala de Al-Juarismi. La rama de las matemáticas que profundiza el estudio de la solución de ecuaciones, dentro del álgebra abstracta es la teoría de ecuaciones.
La «variable moderna», dentro del ámbito matemático, es un término que fue acuñado por Gottfried Leibniz (finales del s. XVII), en relación con sus trabajos en cálculo diferencial. La notación « f(x)» fue introducida por Leonhard Euler en su obra Commentarii de San petersburgo en 1736.[3]

Variables independientes y variables dependientes[editar]

En cálculo, álgebra y geometría analítica, suele hacerse la distinción entre variables independientes y variables dependientes. En una expresión matemática, por ejemplo una función , el símbolo "x" representa a la variable independiente, y el símbolo "y" representa a la variable dependiente. Se define variable independiente como un símbolo "x" que toma diversos valores numéricos (argumentos), dentro de un conjunto de números específicos y que modifica el resultado o valor de la variable dependiente.

Polinomios y ecuaciones[editar]

En una igualdad del tipo f(x)=g(x), la incógnita x es una variable matemática y f(x) y g(x) son funciones matemáticas, en el sentido que asocian a un valor, por ejemplo 1, los números notados f(1) y g(1).
Si se consideran los polinomios como funciones, es posible escribir toda ecuación bajo esa forma,[4]​ a condición de que la incógnita x pertenezca a un conjunto arbitrario (números, vectores, funciones, etc) y las funciones f y g estén bien definidas, de manera general.

Convenciones[editar]

En notación matemática existen numerosos símbolos utilizados convencionalmente para representar las variables más conocidas y utilizadas. A continuación se presentan los más comunes; muchos de ellos poseen otros usos aceptados, y pueden de hecho representar una constante o una función específica.
  • ai para denotar el término de una sucesión.
  • a, b, c y d (a veces extendido a e y f) denotan generalmente constantes matemáticas.
    • Los coeficientes en una ecuación, por ejemplo la expresión general de un polinomio o una ecuación diofántica también suelen escribirse a, b, c, d, e y f.
  • f y g (también h) denotan comúnmente funciones.
  • i, j, y k (también l y h) se utilizan para sub-indexar.
  • l y w suelen utilizarse para designar el largo y ancho de una figura geométrica.
  • m y n suelen denotar números enteros y suelen utilizarse para designar nociones similares en un contexto matemático, como un par de rectas paralelas.
    • n comúnmente denota una cuenta de objetos, o en estadística, el número de observaciones.
  • p, q, y r suelen desempeñar roles paralelos en un contexto matemático.

Referencias[editar]

  1. Volver arriba Diccionario María Moliner, variable.
  2. Volver arriba Weisstein, Eric W. «Indeterminada». En Weisstein, Eric W. MathWorld (en inglés). Wolfram Research. 
  3. Volver arriba Dunham, William (1999). Euler: The Master of Us All. The Mathematical Association of America. p. 17. 
  4. Volver arriba Encyclopædia Universalis, artículo Équation, mathématique

Bibliografía[editar]

“El hombre es la medida de todas las cosas” es una afirmación del sofista griego Protágoras. Es un principio filosófico según el cual el ser humano es la norma de lo que es verdad para sí mismo, lo que también implicaría que la verdad es relativa a cada quien. Tiene una fuerte carga antropocéntrica.



Qué significa El hombre es la medida de todas las cosas:

“El hombre es la medida de todas las cosas” es una afirmación del sofista griego Protágoras. Es un principio filosófico según el cual el ser humano es la norma de lo que es verdad para sí mismo, lo que también implicaría que la verdad es relativa a cada quien. Tiene una fuerte carga antropocéntrica.
Debido a que las obras de Protágoras se perdieron en su totalidad, esta frase ha llegado hasta nosotros gracias a que varios autores antiguos, como Diógenes Laercio, Platón, Aristóteles, Sexto Empírico o Hermias, la refirieron en sus obras. De hecho, según Sexto Empírico, la frase se encontraba en la obra Los discursos demoledores, de Protágoras.
Tradicionalmente, la frase ha sido tradicionalmente incluida dentro de la corriente de pensamiento relativista. El relativismo es una doctrina de pensamiento que niega el carácter absoluto de ciertos valores, como la verdad, la existencia o la belleza, pues considera que la verdad o falsedad de toda afirmación está condicionada por el conjunto de factores, tanto intrínsecos como extrínsecos, que inciden en la percepción del individuo.
Vea también:

Análisis de la frase

La frase “el hombre es la medida de todas las cosas” es un principio filosófico enunciado por Protágoras. Admite diferentes interpretaciones dependiendo del sentido que se atribuya a cada uno de sus elementos, a saber: el hombre, la medida y las cosas.
Pensemos, para empezar, a qué se podía estar refiriendo Protágoras cuando hablaba de “el hombre”. ¿Sería, acaso, al hombre entendido como individuo o al hombre en un sentido colectivo, en cuanto especie, es decir, a la humanidad?
Considerado el hombre en un sentido individual, podríamos afirmar, entonces, que habría tantas medidas para las cosas como hombres existen. Platón, filósofo idealista, suscribía esta teoría.
Pensado el hombre en un sentido colectivo, serían admisibles dos enfoques diferentes. Uno según el cual ese hombre colectivo haría referencia a cada grupo humano (comunidad, pueblo, nación), y otro extensivo a toda la especie humana.
La primera de estas hipótesis, pues, implicaría cierto relativismo cultural, es decir, cada sociedad, cada pueblo, cada nación, actuaría como medida de las cosas.
Por su parte, la segunda de las hipótesis concebida por Goethe, supondría considerar la existencia como la única medida común a todo el género humano.
Lo cierto es que, en todo caso, la afirmación del hombre como medida de las cosas tiene una fuerte carga antropocéntrica, lo cual, a su vez, describe un proceso de evolución del pensamiento filosófico en los griegos.
De una primera fase, donde se coloca a los dioses en el centro del pensamiento, como explicación de las cosas, se pasa a una segunda etapa cuyo centro será ocupado por la naturaleza y la explicación de sus fenómenos, para, finalmente, arribar a esta tercera fase en la cual el ser humano pasa estar en el centro de las preocupaciones del pensamiento filosófico.
De allí, también, la carga relativista de la frase. Ahora el ser humano será la medida, la norma a partir de la cual serán consideradas las cosas. En este sentido, para Platón el sentido de la frase se podría explicar de la siguiente manera: tal me parece a mí una cosa, tal es para mí, tal te parece a ti, tal es para ti.
Nuestras percepciones, en suma, son relativas a nosotros, a lo que a nosotros nos parece. Y aquello que conocemos como “propiedades de los objetos” son en realidad relaciones que se establecen entre los sujetos y los objetos. Por ejemplo: un café puede estar demasiado caliente para mí, mientras que para mi amigo su temperatura es idónea para beberlo. Así, la pregunta “¿el café está muy caliente?”, obtendría dos respuestas diferentes por parte de dos sujetos distintos.
Por esta razón, Aristóteles interpretaba que lo que en realidad quería decir Protágoras era que todas las cosas son tales como a cada uno le parecen. Si bien contrastaba que, entonces, una misma cosa podría ser a la misma vez buena y mala, y que, en consecuencia, todas las afirmaciones opuestas vendrían a ser igualmente verdaderas. La verdad, en definitiva, sería entonces relativa a cada individuo, afirmación en la que se reconoce, efectivamente, uno de los principios capitales del relativismo.
Vea también Verdad.

Sobre Protágoras

Protágoras, nacido es Abdera, en 485 a. de C., y fallecido en 411 a. de C., fue un célebre sofista griego, reconocido por su sabiduría en el arte de la retórica y famoso por haber sido, a juicio de Platón, el inventor del papel del sofista profesional, maestro de retórica y conducta. El propio Platón, además, le dedicaría uno de sus diálogos, el Protágoras, donde reflexionaba sobre los distintos tipos de sofistas. Pasó largas temporadas en Atenas. Le fue encomendada la redacción de la primera constitución en que se establecía la educación pública y obligatoria. Debido a su postura agnóstica, sus obras fueron quemadas y el resto de las que permanecieron con él se perdieron cuando el barco en que viajaba al destierro zozobró. Es por esto que hasta nosotros apenas han llegado algunas de sus sentencias a través de otros filósofos que lo citan.


Edad Media Período histórico, posterior a la Edad Antigua y anterior a la Edad Moderna, que comprende desde el fin del Imperio romano, hacia el siglo v, hasta el siglo xv.


La Edad Media, Medievo o Medioevo es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre el siglo v y el xv. Convencionalmente, su inicio es situado en el año 476 con la caída del Imperio romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América,1​ o en 1453 con la caída del Imperio bizantino, fecha que tiene la singularidad de coincidir con la invención de la imprenta —publicación de la Biblia de Gutenberg— y con el fin de la guerra de los Cien Años.




 
 
 
 



La caballería medieval fue una institución militar, política, económica y social de gran importancia.

Caballería medieval

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San Jorge, escultura del Quattrocento italiano (Donatello, 1416).
Retrato de caballero, pintura del Cinquecento italiano (Carpaccio, 1510).
Constantino arma caballero a San Martín, pintura religiosa de la escuela flamenca (Bernard van Orley, 1514).
Duelo de Caballeros, pintura de historia de época romántica (Delacroix, 1824).
Tapiz de Bayeux (hacia 1070).
La caballería medieval fue una institución militar, política, económica y social de gran importancia.
El arma de caballería se dio en todas las civilizaciones desde la Edad Antigua, en la Antigua Roma existía la clase social de los équites ("caballeros"), y entre los pueblos germánicos se daban denominaciones genéricas equivalentes a las de armar caballero y velar armas para referirse a la ceremonia de investir de armas a los jóvenes guerreros. Pero, al contrario que esos precedentes, el concepto medieval de caballero es de creación eclesiástica, tiene como función ideológica elevar a la nobleza a la altura del ideal cristiano (miles Christi o "caballero cristiano"), y no aparece hasta el siglo XI.[1]
El caballero (designado en la época con la palabra francesa chevalier o la latina milites) era un guerrero a caballo de la cristiandad latina (la Europa occidental medieval, que se había definido en torno al Imperio carolingio) que servía al rey o a otro señor feudal como contrapartida por la tenencia de un dominio territorial o por dinero (como tropa mercenaria, lo que en las ciudades italianas denominaban condottiero). La participación de los caballeros en las Cruzadas originó la creación, en Tierra Santa, de las denominadas órdenes militares; y posteriormente, en Europa, de las denominadas órdenes de caballería.
La trayectoria vital de un caballero era, por lo general, la de un hombre de noble cuna que, habiendo servido en su primera juventud como paje y escudero, era luego ceremonialmente ascendido por sus superiores al rango de caballero. Durante la ceremonia el aspirante solía prestar juramento de ser valiente, leal y cortés, así como proteger a los indefensos; lo que se denominaba el código de caballería. Convertido en ideal caballeresco (el del "caballero andante"), fue un importante componente de la ideología justificativa de la función de la nobleza en la sociedad estamental, y se expresó en la denominada literatura caballeresca (cantares de gesta, poesía trovadoresca, romancero, materia de Francia, materia de Bretaña, materia de Roma, libros de caballerías, novela caballeresca) y en todo tipo de obras de arte.
Al principio, no había hombre por nacimiento mejor que los demás, pues todos descendían de un mismo padre y madre. Pero cuando la envidia y la codicia se apoderaron del mundo y el poder se impuso sobre el derecho, ciertos hombres fueron señalados como garantizadores y defensores de los pobres y los humildes.
Lanzarote del Lago, libro del ciclo de la Vulgata.
Se ha identificado la evolución de la caballería en distintas épocas: el esplendor de la "caballería heroica" (en la plena Edad Media, la de los cruzados y los reyes santos -San Luis, San Fernando, San Ladislao, San Esteban), el ocaso de la "caballería galante" (en el "otoño de la Edad Media", más preocupada del amor cortés y los torneos y menos austera) (cuando, perdida la función militar en favor del ejército moderno de la monarquía autoritaria, la figura del caballero pasó a ser incluso ridiculizada -como en Don Quijote-). Las reconstrucciones historicistas en la Edad Contemporánea asociaron el comportamiento caballeresco al ideal romántico (Ivanhoe, de Walter Scott); mientras que se revitalizó alguno de los aspectos más truculentos asociados al "honor" (el duelo), o se aplicó a los nuevos deportes alguno de los más aspectos de su moralidad (el fair play). Se llegaron a redactar incluso códigos caballerescos, como el que se expresaba en "los diez mandamientos de la caballería".[2]


Inicios[editar]

La institución de la caballería medieval está ligada a la historia de los guerreros a caballo en el reino de Francia que surge de la descomposición del Imperio carolingio (Francia occidentalis). A finales del siglo X los caballeros se habían convertido en el cuerpo militar más importante, frente a la infantería común, acumulando un creciente poder político. El ejercicio del poder por los caballeros fue posible porque solamente ellos poseían el necesario entrenamiento militar y la suficiente riqueza para mantener las armas y los caballos necesarios para poder desarrollar su forma típica de combate. La diferenciación social basada inicialmente en la habilidad y destreza de los propios caballeros desembocó en un sentido de clase caballeresca, orgullosa de su conducta y valores marciales y desdeñosa hacia otros segmentos no armados de la sociedad: los clérigos y los campesinos.
Los caballeros nacieron de la necesidad de defender los dominios feudales (nobiliarios o eclesiásticos, ambos vinculados en las mismas familias) contra toda clase de enemigos, incluyendo los pillajes y rapiñas y los salteadores de caminos. De esta forma, la caballería fue un ejército coercitivo. Los caballeros defendían los intereses de aquellos de quienes dependían, es decir, de los señores que les mantenían; lo que entre otras cosas suponía garantizar el cobro de las cargas impuestas a los campesinos.
Así como en los origen de los caballeros predominaba el espíritu guerrero, en los primeros relatos artúricos se daba mayor énfasis al valor militar, a los hechos de guerra y a las descripciones de las batallas. La iglesia procuró moderar los excesos bélicos con instituciones como la tregua de Dios y encauzó el apetito de combate de los milites hacia objetivos más acordes con el espíritu cristiano: la lucha contra las injusticias y la lucha contra los infieles. La incorporación de las tradiciones violentas de la caballería en el seno de la propia iglesia permitió que clérigos fueran célebres narradores artúricos, como es el caso de Robert de Boron, a finales del siglo XII.
Dentro de esta estructura feudal, los caballeros mantenían un feudo que un señor les había concedido, a cambio de rendirle homenaje y prestarle servicio con las armas. A su vez este señor podía ser vasallo de otro señor más poderoso, o el caballero ser servido por otros caballeros de inferior rango. Con el paso del tiempo eran muchos los milites, a veces de baja extracción social, que querían convertirse en caballeros, por lo que se impuso una prueba selectiva, que acabó por tomar la forma de un rito de iniciación, bendecido por la Iglesia, llamado espaldarazo o palmada. Como su nombre indica, el rito consistía en el golpe solemne dado al principiante por su padrino o caballero que le había instruido y le introducía en la Caballería. El prestigio que adquirió la citada ceremonia y el carácter sagrado que le confirió la Iglesia, provocó que muchos nobles de nacimiento se hicieran armar caballeros. Con el tiempo, hacia el siglo XIII, nobleza y caballería acabaron confundiéndose, aunque en general los nobles eran los responsables de mantener la paz debido a su asunción de autoridad real, y a veces a un especial carisma basado en su descendencia de héroes o santos, mientras que los caballeros eran sus auxiliares, sin un linaje distinguido y con poca o ninguna tierra. No obstante, se debe resaltar que el título de caballero no es parte del escalafón feudal en sí, sino que puede atribuirse a señores de muy distinto rango. Ejemplos de ello son Ricardo III de Inglaterra, que antes de ser rey fue duque de Gloucester y fue armado caballero, o Eduardo el príncipe Negro, que era príncipe de Gales y duque y fue armado caballero tras la batalla de Creçy.

Auge[editar]

El auge de la caballería tuvo lugar en Francia hacia los siglos XII o XIII, en la misma época que los relatos artúricos, pero se desarrolló y tomó forma en un contexto europeo. En los primeros relatos (Cantar de Roldán) la caballería o caballerosidad se identifica con la acción valerosa en el campo de batalla. Sin embargo, a partir del siglo XII ésta se entiende como un código social, moral y religioso de conducta caballeresca, haciendo hincapié en las virtudes de coraje, honor y servicio.

Ideales caballerescos[editar]

Valor[editar]

Los caballeros deben soportar sacrificios personales para servir los ideales y a las personas necesitadas. Esto implica el elegir mantener verdad a toda costa. El valor no significa arrogancia, sino tener voluntad de hacer lo correcto. Estos personajes tenían un gran valor, capaces de pelear con gran coraje contra seres superiores que mantenían a las personas de los pueblos aterrorizados. Los caballeros eran capaces de enfrentarse a personas con mayor habilidad para luchar, sin medir consecuencias. Por ejemplo: En la toma de Valencia Pedro Bermúdez, Álvarez Fañez y Muñoz Guztos luchan heroicamente contra un ejército mucho mayor que ellos.

Defensa[editar]

Los caballeros juraban cuando eran ascendidos, defender a sus señores y señoras, a sus familias, a su nación, a las viudas , a los huérfanos, y a la Iglesia.

Fe[editar]

Los caballeros que tenían una fuerte fe en Dios les permitía llevar a cabo toda una vida de sacrificios y sin caer en tentaciones, dándoles raíces y esperanza fuertes contra los malvados del mundo. Por ejemplo: El Cid siempre antes de una batalla, la encomendaba a Dios y sabía que de Él dependía la suerte del éxito.

Humildad[editar]

Los caballeros humildes eran los primeros en decir a las otras personas cuando llevaban a cabo hechos de gran heroicidad, dándoles el honor que merecen de sus buenos hechos. Y dejando a otros que los feliciten por sus propios hechos y estos los ofrece a Dios. Esta es una de las características más sobresalientes de un caballero.Por ejemplo: El Cid siempre atribuía el éxito de las batallas al coraje de sus soldados y repartía proporcionalmente las riquezas ganadas.

Justicia[editar]

Para los caballeros era muy importante buscar la verdad sobre todo, los caballeros no buscaban su beneficio personal. La justicia sin templar por misericordia puede traer pena, sin embargo. La justicia buscada por los caballeros sin la flexión a la tentación era la utilizada por ellos. Por ejemplo: El Cid bien pudo haber matado a los infantes de Carrión pero prefirió que se hiciera un juicio y castigarles justamente.

Generosidad[editar]

La generosidad era una característica de un caballero. Para contradecir la debilidad de la avaricia, los caballeros eran tan abundantes como sus recursos permitirían. Un caballero generoso puede recorrer mejor la línea entre la misericordia y la justicia fría.Por ejemplo: El Cid repartía los bienes de las batallas ganadas y además era generoso con los enemigos derrotados como el conde Berenguer.

Templanza[editar]

El caballero debía estar acostumbrado a comer y beber con moderación. Además el caballero debe ser moderado con sus riquezas, esto no significaba abstenerse de ellas sino, no utilizarlas vanamente. Sin templanza no se podía mantener el honor de la caballería. El caballero debía contenerse de sus apetitos sexuales.

Lealtad[editar]

Los buenos caballeros juraban defender fervientemente sus ideales, a la Iglesia y a sus señores, ellos darían su vida por defenderlos. Por ejemplo: El Cid bien pudo haber luchado contra el rey Alfonso y derrotarlo, pero él le era fiel y cumplió sus órdenes de destierro.

Nobleza[editar]

La nobleza es el principio de la cortesía. Y los caballeros debían así ser corteses, honrados, estimables, generosos e ilustres equitativos a todos mientras que desarrollaron y mantuvieran un carácter noble con los ideales de la caballería. Un caballero es por siempre un ejemplo a seguir.

Armas de los caballeros[editar]

Galería de armas y armaduras del Metropolitan Museum of Art.
Armas y armaduras de caballero y caballo en un grabado del siglo XVIII.
Las armas de los caballeros medievales respondían a la caballería pesada propia de una época anterior a las armas de fuego.
El equipo de protección, que inicialmente se limitaba a un casco o yelmo, un escudo, y en su caso una cota de malla (el uso de las grebas para las piernas, propio de la época grecorromana, decayó), fue complicándose con el tiempo, añadiendo una coraza a la que se articulaban piezas cada vez más numerosas, hasta componer armaduras que podían fácilmente pesar más de 25 kg, lo que exigía una particular resistencia tanto a los caballeros como a sus caballos (que también podían acorazarse). Su solidez hacía muy difícil herirlos mientras estaban montados, siendo la táctica habitual proceder primero al derribo para atacar algún punto débil cuando estaban en el suelo.
La espada era el arma personal y "de mano" más común para el combate singular, en que un caballero se enfrentaba a otro. Bendecida por un sacerdote, la espada era generalmente el arma preferida de un caballero, que procuraba personalizarla (algunas incluso recibían nombres), y era considerada tanto arma como símbolo (la hoja y la empuñadura tienen forma de cruz). La espada más común era la denominada espada bastarda o "de mano y media", de hoja templada de acero de doble filo, recta y larga (entre 100 y 120 cm), pero que solamente pesaba de 3 a 4 libras (entre 1200 y 2000 gramos), lo que permitía un manejo ágil en el campo de batalla. Espadas más grandes eran las denominadas espada larga (longsword), montante, mandoble o espadón, que podían llegar a medir dos metros o más y pesar hasta cuatro kilos; diseñadas para ser utilizadas con las dos manos, la contundencia de sus golpes provocaba terribles daños, aunque volvía más dificultoso su uso y transporte. La sofisticación y agilidad de otras modalidades de armas blancas no fue propia de los combates y torneos de la caballería medieval, sino de la esgrima de la Edad Moderna (florete, sable); pero sí se usaban todo tipo de armas cortas (cuchillos, puñales, dagas), solas o en combinación con las espadas.
La maza y el hacha completaban el equipo de armas personales "de mano", útiles para atacar las armaduras. La maza era una bola pesada claveteada asociada directamente a una manija, contaba con dos versiones: la del lacayo (de largo mango) y la del jinete (de mango corto y dirigido).
La lanza era la segunda arma preferida de un caballero. La rectitud de su asta simbolizaba la verdad, y su cabeza de hierro, la fuerza. Se utilizaba generalmente para empujar al enemigo hasta tirarlo de su caballo. Tenían hasta 3 m de longitud y se remataban con una punta de lanza de forma triangular.
El conjunto de armas y armadura se denominó, a partir del Renacimiento, con el término clásico de panoplia.

Armas contra los caballeros[editar]

El concepto de la lucha a distancia era particularmente contrario a los valores caballerescos. La sangrienta derrota de la nobleza francesa a caballo asaeteada por los arqueros ingleses plebeyos en la batalla de Agincourt (1415) simbolizó el fin a la época dorada de la caballería.
El arco común tenía limitaciones de alcance y precisión, y su uso por los caballeros era más frecuente para la caza que para la guerra. El arco largo inglés, de hasta dos metros de tamaño, era difícil de dominar, pero tenía un alcance efectivo de más de cien metros.
La ballesta era un dispositivo mecánico corto, cuyo arco de acero lanzaba flechas pequeñas (hasta docenas) con gran potencia. Cargarla tomaba un tiempo que limitaba su eficacia. Prohibida por la iglesia, la mayoría de los caballeros la consideraban una arma que deshonraba, pero algunos la utilizaron de todos modos.
La pica era un arma de origen suizo que servía para oponerse a las cargas de caballería, clavándola en el suelo o sujetando un extremo con el pie, y oponiendo su extremo armado a los caballos, que se herían con él. Eran mucho más largas que las lanzas: hasta 5 metros de largo, y su uso era especialmente eficaz cuando equipaba a compactas unidades de infantería (piqueros, lansquenetes).

Referencias[editar]

  1. Volver arriba Hernández Lázaro, José Fermín (1983). «Órdenes militares, divisas y linajes de La Rioja.». Historia de La Rioja. Edad Moderna - Edad Contemporánea. Caja de Ahorros de La Rioja. p. 52. ISBN 84-7231-903-2. 
  2. Volver arriba La expresión "otoño de la Edad Media" es de Johan Huizinga. Los "mandamientos" se atribuyen a L. Gaultier, La Chevalerie, 1884. Ambos citados en Jean Flori, ¿Ocaso de la caballería o reaparición de un mito?, en Caballeros y caballería en la Edad Media, Paidós, 2001, ISBN 8449310393, pg. 265.

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